Friday, September 30, 2005

La verdad desnuda.

-¿Dormiste con ella, verdad?

Sus palabras, en aquel tono suave y pasivo, se clavaron como dagas en mi conciencia; enmudeciéndome por unos instantes que debieron parecerle una eternidad.
Traté de esquivar su mirada, aún paciente como la de una madre que repite de nuevo las obligaciones a sus hijos, pero por la poca vergüenza que aún me quedaba y respeto a los años que vivimos juntos; no lo hice.
Ya no era la jovencita de veinte años que me esperaba en el parque, sin embargo nunca me había parecido mas hermosa que aquella mañana. Imaginé la vida sin ella y una sensación de pánico me invadió.
-Si - Respondí al tiempo que bajé la vista, no podía mentirle.
Ella se acercó y beso mi mejilla con paciencia.
-Por favor. Ponte una camiseta de algodón para dormir, sabes, me cuesta mucho trabajo quitar las pelusitas de la playera de tu uniforme. ¿Esta bién?-
Arrojo mi playera en el cesto de la ropa sucia y salió del baño.

Tuesday, September 20, 2005

Kilómetro 18

Kilómetro 18
Oscar Armando Rascón



La bóveda gris del cielo no tardaba en dar paso a las primeras estrellas de la tarde, mientras un Ford Mustang modelo 2000, pasaba de lado Estación Sueco por la autopista Juárez – Chihuahua. Dentro del auto, Scott Stapp gritaba desde los parlantes “Could you take me higher” y el clima artificial empezaba a dejar de ser agradablemente frío, para cualquier persona normal; pero no para Eduardo Sosa que entusiasta coreaba “to a place with golden streets”; a quien le sobraban motivos para estar entusiasmado aquella tarde.

Había conseguido un contrato para el desarrollo de un ERP, con una importante trasnacional con plantas de producción en, prácticamente, toda la república. Además de recibir un cheque por el 50% del pago total del desarrollo, lo cual aseguraba al menos 3 años mas de nominas y gastos operativos. El resto del pago serían ganancias netas, a excepción de algunos impuestos, claro peroporsupuesto diría su contador.

Aquellos momentos de romántica felicidad fueron saboteados durante algunos minutos por el operador de un autotanque, a quien, aparentemente los dos carriles de la autopista le parecían un poco angostos y había decidido remediar aquel detalle ocupando parcialmente ambos. Eduardo intento rebasarlo en repetidas ocasiones, tocó el claxon, le cambió las luces, todo en vano. Hasta que, ante la milagrosa presencia de una patrulla federal a orillas de la autopista, el operador del autotanque, descubrió que un solo carril era suficiente. Finalmente el Mustang se adelantó.

Mas adelante fue obligado a detenerse por las imperiosas ganas de orinar. Hasta el riñón mas experimentado sucumbe ante la necesidad de echar una firma después de cuatro heladas en lata. Tras encontrar el lugar mas discreto disponible, un tronco que hacía las veces de poste de cerca. Eduardo orinó por una eternidad y algunos minutos. El amable operador del autotanque, no resistió la tentación de sonar la corneta al dejar atrás al Mustang nuevamente.

De regreso al auto, una mujer joven con un niño en brazos le esperaba al lado del copiloto. Extrañado ante la escena, después de un rato logro decir :

-Buenas noches, señora ¿le ocurrió algo a su auto?-. La mujer se limitó a mirarlo fijamente.

-¿Necesita que la lleve al alguna parte?-. Preguntó de nuevo. Esta vez la mujer extendió el brazo en dirección al sur. En un gesto de amabilidad, Eduardo abrió la puerta, esperó a que subieran sus nuevos pasajeros y la cerró de nuevo. Mientras reanudaba su camino, no dejaba de preguntarse de donde provenían aquellos dos.

-¿Vive cerca de aquí?-. Inquirió a la mujer, quien por respuesta lo miró por un instante y luego hizo un gesto de negación con la cabeza.

En vista de lo productivo de aquella conversación, Eduardo optó por cerrar el pico y continuó manejando el resto del viaje en silencio. Para variar, después de algunos kilómetros el concubino de Lola la trailera seguía haciendo de las suyas, y una larga fila de automóviles venía sufriendo las consecuencias de sus travesuras.


-Tomaré la de cuota señora, ¿esta bien?-. La mujer negó con la cabeza de nuevo y apuntó hacia la libre con su mano derecha. Eduardo, supuso que el coche de la mujer se encontraría en algún punto de la carretera libre y tomó dicha desviación. Hacía algunos años que no transitaba por la libre, de manera que no sabía en que condiciones se encontraría el asfalto, con la agravante de la oscuridad y lo poco concurrido que era aquel tramo, decidió tomar sus precauciones y bajar la velocidad. Mientras recorría aquel solitario camino, recordó las veces en que su padre los llevaba hasta aquellos parajes cuando caía una buena nevada, durante su infancia; y las diversas historias acerca del monumento de las siete cabezas, siete chiquillos que habían perdido la vida en aquel tramo carretero. Absorto en sus recuerdos, se olvidó por completo de sus peculiares invitados hasta que advirtió a lo lejos las luces de patrullas y ambulancias justo donde la libre se unía de nuevo con la autopista. Un federal de caminos que dirigía el tráfico ante el accidente le obligó a realizar un alto total, para dejarlo pasar después de un minuto. Fue cuando se percató del autotanque volcado y una vagoneta hecha camote a unos cuantos metros del mismo. Sorprendido, se orilló en el primer espacio disponible.

-Ya regreso, señora- . Dijo a la mujer.

-Dios nos cuide-. Expresó un miembro honorable del grupo de curiosos anónimos.
-Dicen que el trailero venía borracho- Agregó alguien más.
-Se los llevó la ambulancia, pero dicen que la madre y el más pequeño ya iban muertos- Afirmó el curioso #1.

Después de haber escuchado cinco minutos de conjeturas, lamentos y dios-míos, Eduardo se retiró del grupo para dirigirse al auto. Solo que la mujer ya no estaba. Probablemente se desesperó durante mi sesión informativa – pensó-. En fin, ya no estaban lejos de la ciudad y lo más seguro es que hubiera conseguido otro aventón.

Por la mañana, acudió a su cita con el dentista.

–El Dr. Ramírez llegará media hora tarde- le advirtió la simpática recepcionista.

-Esta bien, lo esperaré-. ,

Al cabo de un rato de jugar en su celular y enviar mensajes SMS terminó por aburrirse. Tomó el periódico de la mesa de centro y buscó alguna noticia del accidente de la noche anterior. En realidad no tardó mucho en encontrarlo: “Horrible accidente en la autopista a Cd. Juárez. Alrededor de las 20:00 horas del día de ayer el operador de un autotanque perdió el control del camión causando la muerte de dos personas y dejando gravemente heridas a tres más, a la altura del kilómetro dieciocho muy cerca del entronque de la vía libre. Mas información en la página 11A”. A la derecha de la nota estaba una fotografía de la familia afectada en el accidente, encerrados en un círculo los rostros de las dos personas que fallecieron en el percance. Una mujer joven y un niño de brazos, los mismos que acompañaron a Eduardo en la vía libre.

Thursday, September 08, 2005

Caballo De Troya

Es una bendición que la mayoría de los corporativos no trabajen los sábados y los bancos si. Mejor aún, la banca electrónica no conoce los días de descanso y las páginas de internet no están afiliadas a ningún sindicato. Transferencias electrónicas, pago de servicios, compras en la web, todo al alcance de un click. Además si necesitas estar del otro lado del mundo, no requieres más que tu pasaporte, dieciocho horas de vuelo y listo; ya eres un rostro más en medio de la multitud.

¿Y de que manera beneficia que seas el. encargado de soporte informático?, en realidad no mucho si no tienes acceso al la computadora del contador, pero en caso contrario también ayuda saber html, java y alguna herramienta de base de datos. Ser un hacker de película en realidad no es requisito indispensable. Bastará con que el acceso directo al portal bancario apunte a una buena imitación del mismo en la red local y el corderito contable te estará haciendo el favor de guardarte nombre de usuario, número de cuenta, CLABE y firma electrónica, claro que luego de esto un error aparecerá en su ordenador y llamará a la extensión del encargado de soporte informático ¿Y esa persona es.... taraaan?. Redireccionar el acceso directo será suficiente para que todo vuelva a la normalidad y se acabó el problema, si señor.

Es recomendable que seas de los que no dejen las cosas para el día siguiente y te quedes a trabajar un viernes por la tarde, cuando todos se han marchado. Aquellos datos que mencionamos anteriormente podrían servir para algo. ¿Mencione que algunos bancos abren los sábados? Pero, lo mejor de todo, es que un domingo como hoy, puedes tomar un vuelo con cuatro escalas en diferentes países cada una.

En realidad, espero que esas clases de italiano sirvan de algo.

Monday, September 05, 2005

La Puerta

La Puerta
(Oscar Armando Rascón)


“Extendió el brazo detrás de sí y cerró la puerta con el pestillo. Las luces se hicieron más brillantes.
...tropezó... y cayó en otro mundo.”

Stephen King



El caballo galopó en su dirección, arrancándole pedazos al suelo. Se podía observar en el, la misma determinación que impulsaba a su jinete. El sol de la mañana se desprendía desde la espada, en aleatorio vaivén. A pocos metros de su objetivo el jinete levantó la espada. En los ojos de Esteban, el rostro del soldado y la cara del corcel se intercambiaban en fracciones de segundo. Justo antes del contacto; despertó sobresaltado.

Un exagerado sudor, aún para el calor del mediodía, le recorría las pálidas mejillas y coronaba su frente. El ruido del tráfico murmurando en su ventana, como un vecino molesto, le obligó a levantarse. Cruzó la austeridad de su habitación y se afeitó en silencio.

Había perdido la cuenta de las veces que el mismo sueño le sorprendía haciendo la mona. En ocasiones, como por misericordia divina, llegó a desaparecer por semanas enteras, pero luego, como parásito reincidente, volvía para alimentarse de su paz.

-Cuarenta y tres años son demasiados para un boxeador amateur, mi hermano, aún para un ropero como tú –. Le había dicho Tony Valenzuela, promotor y propietario de la arena local.- No quiero que un día de estos tengamos que sacarte en cuatro, no necesito leyendas muertas en mi arena. Esa es mala publicidad ¿entiendes?-.

Recordaba aquellas palabras, mientras acariciaba la cicatriz de su pómulo izquierdo. Un vivo recuerdo de los años buenos, cuando su vida era una promesa; una apuesta con muchas posibilidades de ganar. Esa tarde, cerveza en mano, se sintió más infeliz que de costumbre; le pesaba la incertidumbre de su destino, su fracaso como deportista y la indiferencia de la buena fortuna. Desesperado rogó al cielo por una segunda oportunidad para rehacer su vida, esta vez sin aficiones estúpidas y ridículos sueños de grandeza. El cielo se limitó a guardar silencio mientras su voz se cortaba entre gemidos y sollozos.

Los faros de un automóvil, iluminaron las franjas amarillas y negras en la barra de seguridad de acceso a la fábrica. Después de verificar la identidad del conductor, Esteban levantó la barra, permitiendo el ingreso del vehículo. Era una noche como cualquier otra, el viento apenas empujaba las ramas de los eucaliptos, la radio repetía la programación de la semana, los ventiladores mantenían su incansable sonido rítmico y el café estaba amargo. Durante el recorrido de las dos, le pareció escuchar un ruido en los sanitarios del personal administrativo, área que generalmente se encontraba sola durante su guardia. Un vistazo bastó para asegurar la zona y continuar. A las cuatro, durante el segundo recorrido creyó escuchar nuevamente algunas voces provenientes de la misma zona. De nuevo el lugar estaba vacío. Fue hasta la cafetería por un sandwich y un refresco y emprendió el camino hacia la caseta seguridad acelerando el paso. En su trayecto, pasó de nuevo por los sanitarios de administración. Esta vez, además de las voces, las luces de los sanitarios parecían estar encendidas por lo que se podía apreciar entra la parte inferior de la puerta y el piso. Definitivamente alguien estaba tratando de tomarle el pelo. Intentó abrir la puerta, pero encontró que estaba asegurada. Mientras trataba de encontrar la llave adecuada para la puerta, la luz aumentó su intensidad, a la vez que el ruido subía de volumen. Al abrir la puerta la puerta la poderosa emanación le obligo a cubrirse los ojos. Al cabo de un rato, no pudo evitar la tentación de echar una segunda mirada, y sorprenderse ante la inofensividad de la luz, a pesar de su intensidad. Maravillado, permaneció contemplándola inmóvil durante varios minutos. Imaginó el momento en que debía cruzar la frontera entre la vida y la muerte, y por un instante creyó estar ante las puertas de la eternidad. Un número indeterminable de voces en diferentes idiomas incluyendo el suyo provenían de la luz. Entonces empezó a disminuir su intensidad al igual que el volumen de las voces. Confundido y temeroso de perderla para siempre, Esteban se aventuró dentro de ella.

Las nubes de polvo impedían la clara visibilidad en el escenario de las hostilidades. Los gritos de muerte se ahogaban entre el choque de los metales y el sonido de los cascos de los caballos castigando la tierra. Cerca, un cuchillo cercenaba un cuello, mas allá un hacha castigaba un hombro. A sus pies, yacía una espada con inscripciones desconocidas. Al levantarla, el peso de esta le resultó de alguna manera familiar, igual que el olor a sangre. Una cabeza rodó hasta el lugar en que estuviera la espada. Todos sus sentidos se encontraban activos y alertas. No puedo estar muerto. – pensó- O tal vez si, y esto es el infierno. Pero no era el infierno, ni estaba soñando. El roce de una lanza en su hombro se encargó abatir esta última teoría. No tuvo que esperar mucho tiempo para encontrar al jinete. Este al descubrirlo, le sonrío al tiempo que dirigía al corcel en pos de Esteban. La escena, como recién rebobinada, empezó a correr por primera vez ante sus ojos. El caballo galopó en su dirección arrancándole pedazos al suelo. Esteban sujetó la espada con ambas manos y le esperó.

Friday, September 02, 2005

El ídolo de barro

Prologuito.
Este relato, es del 2002 no recuerdo la fecha con exactitud. Lo escribí para el taller de literatura del Ichicult, donde fue presentado y tallereado. El argumento "Hombre que sueña que cae y es encontrado muerto", esta basado en las notas de que dejó H.P. Lovecraft, y no es mas que un ejercicio. Enjoy it!

El ídolo de barro

“...¿ Y que de las alusiones del viejo Castro sobre los Primigenios que, nacidos de las estrellas siderales y sumergidos en el fondo de los océanos, esperan la llegada de su reino, mientras sigue activo su ferviente culto y su dominio de los sueños”

H.P. Lovecraft

Mientras el hombre posee conciencia en el plano físico; rara vez, si no es que nunca, admite la posibilidad de que aún existen hechos imposibles de explicar por las ramas de la ciencia. Nunca me consideré supersticioso. Jamás tuve preferencia religiosa alguna. De manera que no le creí al anticuario, sobre el extraño poder de aquel ídolo que me pareció apropiado para el cumpleaños de Abraham. Según el tendero, el poseedor de la pequeña figura; recibía la facultad de viajar por el tiempo mientras durmiera. Claro, siempre y cuando, el dueño tuviese la capacidad de creerlo.

El buen Abraham, tenía una peculiar fascinación por lo paranormal, así que estaba seguro, que mi presente sería bien recibido. Por desgracia mis corazonadas fueron ciertas, y digo por desgracia, por que ahora estoy convencido que fue la descarga de emociones originada por el ídolo, lo que condujo a mi estimado colega a su propia muerte. A menudo, me empezó a compartir colorida y detalladamente algunos de sus viajes durmientes. Al principio me lo tomaba a broma, pero llego a obsesionarse de tal manera con aquel objeto, que empecé a considerar la posibilidad de que mi amigo estuviese perdiendo el juicio. No dejaba de hablar de una ciudad llamada Sarnat, que existió mucho antes de la aparición del hombre. Mencionaba también que la habitaban, unos seres que carecían de cuerpo material y se comunicaban a través de una especie de telepatía, a la que no se podían ocultar los pensamientos. En sus sueños, afirmaba que el mismo era uno de ellos. Esta ciudad y sus edificios poseían una geometría distinta a la que conocemos, las construcciones tenían características imposibles de elaborar con la tecnología actual.

La extraña muerte de Abraham, carente de toda lógica y planteamiento razonable, me orilló a buscar otros métodos, poco ortodoxos, para explicarme el deceso de mi amigo. Quien tuvo la gentileza heredarme los pocos bienes que poseía. Como última alternativa y aconsejado por el anticuario, consulté a un espiritista para comunicarme con el alma del desgraciado Abraham. He aquí transcrito, el fragmento de la sesión, el cual me parece, devela el misterio.

“ Estoy de nuevo entrando en la torre, a mi espalda un sol se esta poniendo, mientras otro emerge desde el sur. Se me acercan dos seres y me piden que los acompañe hasta la parte alta de la torre. Subimos a través de las escaleras en espiral. Se están comunicando entre ellos, no percibo que es lo que dicen, aún no he logrado dominar esta habilidad. Hemos llegado la cima, otros cinco seres mas, nos esperaban. Uno de ellos es un líder, algo les esta ordenando. Ahora se dirige hacia mi, me acusa de espionaje. Siento un cosquilleo en todo el cuerpo. Empiezo a materializarme. Ahora estoy en mi cuerpo humano, ya no los escucho, me están empujando hacia la ventana, ¡Dios mío!, ¡el cristal esta cediendo!, ¡se quiebra... estoy cayendo, estoy cayendo!...”

Por absurdo que parezca, al escuchar estas palabras en boca del medium, empecé comprender la irreal realidad de los hechos. Hace una semana que el cuerpo de mi amigo fue encontrado en su propia habitación, con todos los huesos fracturados y el cráneo hecho añicos. El informe del forense indica que esto solo sería posible si hubiese caído desde una extraordinaria altura.
Dentro de los bienes que me dejó mi amigo, se encuentra aquella maldita figura. Ahora el propietario del ídolo soy yo. Los hechos me han convertido en un creyente. Me inquietan ciertas marcas en mis muñecas y tobillos, marcas como de grilletes, pero mas me inquieta aún, este sueño terrible que tuve anoche. Soñé que me encontraba en alguna prisión de una ciudad desconocida. En el pabellón de los condenados a muerte.

La anciana

Lirol Prólogo.

Este relato lo escribí en el invierno de 1999. El argumento es un poco tonto, o un mucho, depende de su metodología para analizar relatos tontos. En realidad me importa un soberano pepino lo que pienses, ya que mi objetivo era simplemente empezar a escribir, y la historia era lo de menos. Así que no les extrañé encontrar errores sintácticos, incluso ortográficos.

Sobres aquí va.

La anciana de los gatos

Una brisa fresca se paseaba esa noche, y de vez en cuando el sonido de algún motor lograba apagar momentáneamente el canto de los grillos debajo del puente. Carlos y Ramón estaban por terminar el carrujo de marihuana que compartían. Se habían quedado en silencio desde que lo habían encendido, hasta que Ramón expresó con tono de preocupación:

--Mira carnal, la verdad me da mala espina entrar a la casa de la vieja, además no creo que sea tanto lo que podamos sacarle, ¡solo ve la casucha en la que vive!--. Pero a Ramòn todo le daba mala espina, no era la primera vez que tratara de convencer a Carlos de echar marcha atrás antes de cometer un robo.
--Te digo que lo vi con mis propios ojos, la bruja tiene plata. Y además esta sola.— Afirmó Carlos un poco molesto y cansado de explicarlo una vez más.
Doña Soledad, como la conocìan los vecinos, era una anciana de larga y plateada cabellera, que aparentaba andar rondando los noventa años, aunque ninguno de los vecinos sabía su edad con exactitud. Por las tardes, al ponerse el sol, acostumbraba sentarse en una vieja mecedora de madera en el porche de su casa, mirando a los chiquillos jugar, y para las diez de la noche volvía a refugiarse dentro de su casa. Nadie recordaba haberla visto durante el día y rara vez entablaba alguna conversación. Lo único que podía afirmarse era que le agradaban los gatos o viceversa. Los chiquillos del lugar habían perdido el interés por identificar a cada gato que entraba o salía por encima de la puertecilla de madera retorcida y enmohecida que daba al patio de la casa de la vieja. Daba la impresión que los gatos estaban de paso en ese lugar, pués algunos se les veía merodeando por dos o tres días y después se les perdía de vista. Pero así como unos se iban otros llegaban.

Desde una semana atrás, Carlos había estudiado el lugar. Había determinado cuales eran los hogares más vulnerables y la hora indicada para efectuar el atraco. Dos noches antes, había espiado por la ventana ubicada en lo que parecia ser la sala de la casa de la vieja, un par de sillones viejos y desgarrados y un librero componían el mobiliario, pero eso no fue lo que le llamó la anteción a Carlos, lo que había llamado su atención era un cofrecito que la vieja sacó del librero. La habitación estaba apenas iluminada por la tenue luz de una lampara de mesa. Al parecer el cofrecito contenía unas cuantas cartas y algunas fotos a blanco y negro. Pero lo que realmente llamó la atención de Carlos fue la pequeña bolsa de gamuza que se le había caido a la vieja por descuido, al caer la bolsa dejo escapar una parte de su contenido. El brillo que emanó de las monedas de plata causó el efecto de un hechizo en la mente de Carlos. A partir de ese momento sus ojos trabajaron más rápido, observó un pasillo desde la ventana y al final del pasillo alcanzó a ver una parte de lo que debía ser la recamara de la vieja, la bombilla de aquella habitación estaba encendida y esa luz le permitio ver una ventana que daba al patio y lo más importante, la ventana carecía de reja. Observó de nuevo a la vieja para comprobar no haber sido descubierto, pero esta parecía absorbida por su mundo de recuerdos. Por último echó una mirada a la calle sólo para asegurarse de que nadie lo estuviera mirando y se alejó del lugar. Desde la azotea de la casa de la vieja, un grupo de felinos lo observó alejarse.

--Andando— dijo Carlos —Ya es hora—después de aspirar la última bocanada de marihuana.
Ramón se levanto sacudiéndose el trasero de los desgastados 501. Todo aquel asunto le daba mala espina, si señor. --Pero esta será la última-- pensó. Si la vieja en realidad tenía tanta plata como aseguraba Carlos, este sería su último golpe. Cruzaría la frontera hasta llegar a Los Angeles con su hermana mayor y buscaría algun empleo fregando pisos o lavando trastos, lo importante era dejar todo aquello y empezar de nuevo. La idea de caer en la grande* no le agradaba en lo absoluto, los rumores que había escuchado acerca de la manera en que estrenan a los reclusos mas jóvenes le estremecía. Sus 19 años ya eran suficientes para cumplir una condena en la penitenciaría del estado.

Carlos se levanto también y se sacudió de un rapido movimiento un aracnido que empezaba a trepar por sus botas de seguridad industrial. Palpó la 22 en la bolsillo interior de la chaqueta de piel y le paso a Ramón un tubo de acero de aproximandamente medio metro de largo. Ramón lo metió debajo de su chaqueta y subio el cierre de esta hasta el tope. Subieron una pequeña cuesta hasta llegar al puente y empezaron a caminar rumbo a la casa de la vieja.

Carlos Aguilar era un adicto de veintidos años de edad. Era el tercero de cinco hijos de una familia que habitaba en las periferias de la ciudad. Lo habían botado de la escuela secundaria cuando cursaba el segundo grado. Su madre hizo un circo cuando este se negó a continuar la secundaria en otra escuela. De alguna manera el padre de Carlos sabía que el chico tarde o temprano terminaría abandonando los estudios, y a pesar de las protestas de su madre Carlos Aguilar empezó a ganarse la vida como jornalero con un amigo de su padre que se dedicaba a la construcción. La sensación de independencia le agradaba. Le agradaba pasar los fines de semana con sus compañeros de trabajo, la mayoría de ellos pasaba los 18. Ellos mismos lo ayudaban a entrar de trampa en los bares. Su padre sufrió un paro cardiaco y falleció un poco después de que Carlos cumpliera los 18. A partir de aquel incidente empezó a combinar las cervezas con la marihuana y más tarde probó la cocaína. Finalmente estas adicciones y el nulo afecto que sentía por cualquier especie de trabajo lo condujeron a robar para conseguir lo que su cuerpo le exigía cada vez con mas ansiedad.

El vecindario estaba completamente vacío. Eran las tres de la madrugada con doce cuando Carlos consultó su reloj, en ese momento la casa de la vieja quedó al alcance de su vista. A lo lejos se escuchaba el lejano ladrido de un perro. Avanzarón cincuenta metros mas hasta llegar a la puerta que daba al patio de la casa de la vieja. Con la agilidad de un atleta olímpico Carlos brincó la puerta, Ramón lo siguió en una perfecta imitación del movimiento. El aterrizaje al otro lado fue silencioso, apoyando primero las puntas de los pies y bajando los talones inmediatamente. El sonido que hicieron al caer era semejante al de una pelota de tenis que se deja caer sobre la arcilla, atraída unicamente por la fuerza de gravedad. Se encontraban en un pasillo de aproximadamente tres metros de largo. Al fondo del patio pudieron observar, tres repisas de madera, como las que se utilizan en las tiendas de abarrotes, pero esta mercancía los observaba con sus ojos brillantes. Algunos de los felinos abandonaron la repisa y se alejaron de la casa, trepando por los tejados. Los que se quedaron simplemente los miraban sin intentar movimiento alguno. Caminaron hasta llegar a la ventana. No podían perder tiempo, habían estimado que tardarían entre cinco y siete minutos después de quebrar la ventana, diez minutos a lo más, si es que la vieja mostraba una resistencia significativa. El tiempo serìa suficiente aun cuando algun vecino entrometido decidiera ponerse los calzones y llamar a la poli.

Ramón golpeó la ventana sin reja del patio con el tubo, el cristal cedió facilmente, talló el tubo contra la parte inferior de la ventana varias veces para eliminar los residuos de cristal que pudieran dañar las manos y se introdujeron por el orificio de la ventana.
--¡Maldición!— dijó Carlos en voz baja, pero preocupado.
Se suponía que la vieja estarìa acostada en la habitación para ser atada y amordazada. Pero la vieja simplemente no estaba ahì. Carlos pensó que podría estar esperándolos en la oscuridad cun un cuchillo en la mano o hasta con la plancha lista para golpearlos en la cabeza.

Aquella situación alteraba los planes. Habían planeado que Ramón vigilara a la anciana mientras Carlos sacaba el botín. Carlos extrajó la 22 de su chaqueta y se la pasó a Ramón, este sin pensarlo la tomó y salieron juntos al pasillo. Ramón apuntó en una dirección y luego en la otra, pero no pudo percibir nada en la oscuridad. Avanzaron hasta la sala lentamente. Ramón no dejaba de volter a un lado y luego a otro, empuñando la 22. Carlos abrió el cajón de la izquierda del librero y sacó el cofrecillo. Lo abrió para asegurarse de que las monedas estuvieran dentro, sostuvo la pequeña bolsa de gamuza en su mano y la agitó levemente. Pudo escuchar el sonido que producía la fricción de las monedas. Ramón escuchó también el sonido y apenas empezaba a abrir la boca para hacer un comentario cuando sintió un aliento frío en su cara, como si alguien con la boca llena de hielo molido le hubiera soplado en la nariz y enseguida una pesada mano le abofeteó el rostro. El impacto fue tal que lo arrojo hasta un rincón de la sala. Su cabeza golpeó la pared con fuerza, produciendo un sonido seco, como el que produce una pelota de beisbol rebotando en un muro, pero antes del golpe ya Ramón estaba inconciente. Cayó en el piso justo en medio de los sillones. La 22 cayó limpiamente en un sillón sin ser disparada.

--Mordiste el anzuelo chico—Dijo una voz grave, a Carlos le recordó los comerciales de Marlboro, aquellos que le invitaban al lugar donde esta el sabor.—Como ratón mordiendo el queso de la trampa, así de fácil—El dueño de la voz se sentó tranquilamente en uno de los sillones, en el mismo que había caído la 22.

--No se por que escogiste este vecindario, y la verdad tampoco me interesa. Pero supuse que no andabas buscando a tu hermanita extraviada, ¿Cierto?. Unas cuantas monedas de plata serían suficientes. Conozco a los de tu clase chico y creeme que no han evolucionado en lo absoluto a través de los siglos, ustedes no encajan en la teoría de Darwin. Se sienten tan listos que no se dan cuenta que su propia ambición los traiciona—.
La voz hizo una pausa. La luz de la lámpara de mesa se encendió repentinamente. Carlos pudo mirar su rostro, con profundo terror pudo constatar que era el rostro de la vieja, y no podía creer que esa voz cargada de muerte saliera de su boca y mucho menos que tuviera la fuerza para lanzar a Ramón cual muñeco de trapo se tratara.
–La verdad, la sangre de los gatos ya me empieza a fastidiar, y ver a los mocosos jugando en la calle me estaba produciendo ideas locas. Pero, gracias a ti chico, ninguno de mis vecinos tendrá que preocuparse por sus chiquillos, al menos por un tiempo. Supongo que de saberlo, te estarían agradecidos, ¿No lo crees?—.
La anciana emitió una risita grave, a Carlos le recordó a Linda Blair en el Exorcista. Los ojos de Carlos se posaron por un instante en la 22, luego miraron de nuevo a la vieja.
--Quieres esto ¿verdad?—La vieja lo miró como si hubiera descubierto algo gracioso en Carlos y sonrió como queriendo contener una carcajada, acto seguido la vieja le lanzó la pequeña 22 a Carlos, este la atrapó en el aire.
Sin pensarlo dos veces Carlos jaló el gatillo de la 22. Las cuatro balas acertaron. Entonces pudo ver el cambio en el rostro de la vieja. Las arrugas empezaron a desaparecer en el rostro y el color de su tez se volvió pálido, casi amarillo. Los ojos cambiaron del café oscuro al rojo, inyectados de sangre. Una espantosa mueca en la cara del ser, semejante a una sonrisa, le permitió observar los colmillos largos y afilados listos para morder.
Los colmillos fue lo último que Carlos pudo mirar antes de dejar este mundo. Sintió un extraño calor en el cuello antes de percibir que el alma se le escapaba. La policìa llego media hora después, atraída por los disparos, solo encontraron el cuerpo de Carlos y junto a el la 22, dentro de los bolsillos de su chaqueta encontraron una bolsa de gamuza con monedas de plata. Nunca encontraron a Doña Soledad, al cabo de unos meses los vecinos terminaron olvidándose de la vieja. Los gatos fueron desapareciendo uno a uno, solo que esta vez los relevos nunca llegaron.
Aquella noche nadie vió la sombra que cruzó el cielo a excepción de los gatos, aquella sombra que cargaba un cuerpo.
Ramón nunca cruzó la fontera, pero ya no tuvo que preocuparse por caer en la grande jamás. Por fin Ramón pudo dejar aquella vida, lamentablemente nunca empezó una nueva.